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Desde que somos una ínfima célula dentro del cuerpo del Otro, somos dependientes para así poder crecer y comenzar a formarnos; estamos solos en la inmensidad de ese organismo que nos proporciona alimento y abrigo. La soledad de la bolsa amniótica es doblegada por la protección del Otro; pero la expulsión de ese cuerpo debe ser asistida pues por sí solos no podríamos salir a toparnos con ese exterior que desde un principio nos causa temor e incertidumbre.
En la etapa de infantes sentimos el vértigo al ver que estamos íngrimos cuando nuestro referente materno o paterno se alejan; pero cuando retornan es cuando sabemos que el abandono que hemos sentido no es real, sólo es parte del Fort – Da que postula el psicoanálisis. Posteriormente ingresamos a la sociedad fuera de la que formamos parte al ser miembro de una familia; más exactamente la entrada al ámbito escolar cuando ese primer día sentimos la angustia de empezar a pertenecer a otro círculo social, sin embargo ese cordón umbilical imaginario que nos ata brinda cierta protección y el saber que retornaremos al hogar trae consigo tranquilidad.
Al superar el complejo de Edipo o de Electra dependiendo del género, el sujeto entabla relaciones con sus pares ya sea de amistad o de amor; todo estos sentimientos que genera el ser humano es en pro de conseguir compañía y no sentirse desterrado en el medio en que se desenvuelve. En la madurez sigue el mismo curso de sus referentes para formar otra familia y así prepararse para la vejez en la cual el ser regresa a sus inicios, mostrando a través de su cuerpo ajado las inclemencias del tiempo, la pérdida de los seres queridos y el encuentro con la muerte; así como el nacimiento, la llegada de ésta nos toma en plena añoranza.
Siguiendo con lo escrito, es acorde con la llegada del final de nuestros días la inclemencia de la soledad, en ocasiones acompañada de la enfermedad o el dolor; la mente se desquebraja y los pensamientos se remontan a un pasado que nunca volverá, pero lo ansiamos pues en él rememoramos la compañía que tanto nos valió para soportar el vivir, como sujetos sufrientes que somos. En referencia a este tema nos hallamos frente ante otra emoción que acompaña al vacío que proporciona la separación; hablamos de la depresión, el dolor del alma, las perdidas, el abandono, la carencia de afecto, la falta de oportunidades que trae consigo la no autorealización, sumerge al sujeto en un estado depresivo. Ésta, acompañada del aislamiento produce en las personas la ausencia del sentido de vivir y la no visión de un buen porvenir.
Éste porvenir esta ligado a la auto - complacencia del hombre moderno, ya que se tiene confianza extrema en entidades gubernamentales supuestamente representativas y un órganismo que controla la sociedad y la economía; capitalismo salvaje, cuyo propósito no es otro que los más poderosos acomulen más riquezas a costa de lo que sea así el precio que deban pagar los seres humanos sea alto. Sólo reina el pesimismo sin un aliciente de esperanza, tanto que las únicas opciones son el cinismo y la soledad o el suicidio gestor de la clase social prevalenciente capaz incluso de lucrarse con la muerte ajena.
Un ejemplo palpable con lo referido al último parrafo es la guerra, la fiesta de la sangre; ésta trae consigo el desamparo y la incomunicación de los pueblos unos con otros. Con su maquinaria de guerra el ser humano colabora a que se viva condiciones paupérrimas que traen consigo el hambre, la destrucción, el fanatismo, la soledad y la nostalgia de un mundo mejor. Esa pulsión de muerte que guarda consigo el ser en su inconsciente es el factor desencadenante de la violencia extrema y las barbaries que aquejan este planeta; por lo tanto los habitantes del mismo se protegen de ese germen corrosivo que invade las ciudades, sus hogares en ocasiones parecen fortalezas y se aislan del vecino más próximo o se evita entablar relaciones con sus cercanos, siendo el fin el evitar el daño físico ó el sufrir la deshumanización que se manifiesta a través del egoísmo, la envidia o bajo el lema del "salvese quién pueda." Por ello podemos estar en medio de una multitud y sentirnos más solos que de costumbre.
El ser humano por medio de la tecnología busca evolucionar por una parte, pero con respecto a las emociones involuciona, cada vez somos más frios y el Otro importa poco; cambiamos la convivencia por la soledad. Los avances científicos como el ordenador, la telefonía móvil u otros, acortan distancias e incrementan la comunicación a la par de aislarnos y entablecer una relación con nuestros pares impersonalizada en ocasiones.
A modo de colofones, la inmesidad de este universo infinito, de masa oscura hace sentir a este globo azul íngrimo y único al ser hasta ahora el poseedor del milagro de la vida, ese espacio sideral que hay detrás de la bóveda celestial que cubre nuestras cabezas, da entender la inmensidad de nuestra soledad y lo poco importantes que somos ante el poder de su naturaleza.
Por todo esto, me preocupo una vez más por el drama humano frente al poder destructor del tiempo y el inexorable camino hacía la nada.
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